sábado, 26 de septiembre de 2009

Renacer en cada página del cuaderno de nuestras vidas.


Proponerme cambios… me genera el recuerdo de un cuaderno en blanco.
Si, ¿ se acuerdan cuando de chicos usábamos cuadernos en esos días de aprendizaje ?. ¿Cuántas cosas juntas pretendía esa buena señora de blanco que uno incorporase en su aun inocente y ya atiborrada cabecita?
Y ese cuaderno… ese testigo involuntario de garabateadas apuradas para ir a jugar y del borroneo consecuente sobre el cual dejábamos marcada la cicatriz de la rebeldía y el reproche familiar.
Ese cuaderno, quien también nos recompensaba cuando algún esfuerzo señalado se convertía en pasaporte de felicitaciones y recompensas familiares, cuando al ver ese “Muy Bien” nuestra madre orgullosa, nos hacía vivir las mieles del reconocimiento social en nosotros proyectado.

De esa manera esas hojas de papel se convertían en el puente entre nosotros y los demás. Lo que hiciéramos en ellas serían luego el puente hacia una victoria celebrada o un reproche sentenciado.
Pero que otra cosa era sino, el comienzo de una pagina sino una nueva oportunidad, una invitación al desafío o una excusa para tapar con figuritas grandes o renglones vacíos.

Así pues, cada intento de superación, cada avance que decidimos hacia un objetivo concreto que nos propongamos como valido y necesario, se transforman en cada vuelta de página del cuaderno de nuestras vidas. Un espacio nuevo que nos invita, nos desafía, nos pone a prueba. Nos renueva, sin destruir ni disfrazar lo que somos.


Bien sabemos que nada cambia en sí desde el punto anterior. No olvidamos los garabatos, manchones y borroneadas de las hojas anteriores, del mismo modo que tampoco los dibujos prolijos, las buenas notas e inspiradas narraciones. Si sabemos que cada borroneada fue un intento de mejorar, y que los manchones no nos enorgullecen. Así, enfrentados a esta nueva hoja nos prometemos lograr las más inspiradas respuestas, los más prolijos dibujos y por que no evitar, los posible garabateos y rayones que aprendimos no hacer.

Pero ¿será como cuando éramos chicos que depende de otros las calificaciones?, ¿dependerán nuestros esfuerzos del premio esperado o del reproche que queremos evitar? ¿Seguiremos pensando al igual que de chicos que todo dependerá si la maestra es buena o si nos tiene bronca, o ya habremos aprendido que todo esta en nuestras manos, en nuestras ganas y nuestra voluntad . . . ?


Hoy, ya un poco alejado de aquellos días de la infancia, quiero suponer que pese al “afuera” la situación económica, las malas ondas de los demás y todo lo que podemos usar como contra, hay algo dentro nuestro que quiere cada día ser mejor, que se resiste a los borroneos y tachaduras.


Que aquel beso confiado de mamá, o esa mirada orgullosa de papá, sus ejemplos de servicio y confianza, hoy se transforman en otra mirada, una mirada interna confiada, que se acompaña de un suspiro reconfortante. Sabiendo que su mejor enseñanza es esa, la de estar allí con otros, señalando y ayudándonos, recibiendo y dando miradas, con los demás, avanzando en este camino de la vida…

Así, pues, siempre que lo deseemos comenzamos un nuevo despertar en nuestras vidas.


Como un nuevo aliento que damos a nuestra esperanza, sabiendo que las herramientas están en nosotros, que las fuerzas que alguna vez tuvimos para hacer lo bueno que hicimos, acudirán deseantes al llamado de una nueva oportunidad, para que nos encuentren convencidos, seguros y orgullosos de tener la posibilidad de comenzar a escribir las mejores de las páginas, desde aquí hasta los que nos reste del cuaderno de nuestras vidas.