sábado, 17 de octubre de 2009

Sociedad en busca del Destino o …la nada como alternativa.


“Serás lo que debas ser o …"- la frase sanmartiniana concluía con un- “o no serás nada”, pero puestos en el terreno de analizar la orientación vocacional de los jóvenes de hoy, la frase parece haber trocado un sentido de valores … la nada es la opción mas recurrente a la hora de ver el destino.

Es muy común tanto en el aula como en el consultorio encontrarnos con un ya clásico rostro compuesto por una mezcla de desconcierto, misterio y hasta intolerante indiferencia a la hora de la pregunta: “y que tenés pensado seguir estudiando” a un joven que esta cursando el último año de su Polimodal o secundario.


¿Que habrá pasado con aquella vocación infantil nacida del juego y alimentada por la fantasía, aquel llamado interno, aquella “llama interna”, que de chicos jugaban con un famoso “cuando sea grande voy a ser…”.? Se habrá perdido o aun está escondida, que más no sea como una pequeña candela que abriga la esperanza de convertirse en una luz que guíe sus futuras aspiraciones?


Adelanto mi conclusión: se encuentra!, está ahí adentro en un estado latente, a la espera de ser avivada por un aire que la fortalezca, y la saque de su estado mudo, pues esta ahogada, cubierta de desesperanza.

Los síntomas de tal ahogo son evidentes pero al ser cada vez más habituales en la conducta de los jóvenes se hacen invisibles a la vista acostumbrada de la rutina.


El no saber que responder a la pregunta de su continuidad de estudios es solo la punta del iceberg… es más ni siquiera se cierran los factores en el ámbito académico (bajo rendimiento, conflictos de conducta, etc.) se puede desplazar a la poca adaptación al ámbito laboral, labilidad en lo afectivo, debilitamiento de los valores y distintos aspectos que nos hablan de toda una estructura que se desmorona ante los impávidos ojos de una sociedad que no se asusta, pues se acostumbró, se adaptó a lo imposible.

Como siempre decimos a la hora de buscar un diagnóstico de algo sintomático: no son válidas las generalizaciones, solo intento hacerlo a partir de un análisis a un recorte de la realidad notoriamente alarmante, si bien no representativa de la mayoría, si lo suficientemente amplia para no dejar de preocuparnos.

Decíamos que existe una especie de ahogo, que no permite oxigenar la llama interna.

Pero lo notable de esa llama es que también se busca afuera, como una guía, como un faro que permita orientar a ese barco de su destino. Y que encontramos ante el ahogo interno y ante la ausencia de valores externos: la nada. Una Nada que denuncia un vació en lo existencial, espacio vital ausente que en su ideal vacante nos antepone ante una angustia que no se tolera, y en su escape encuentra vías alternativas no productivas en su resultado, pero validas en su efecto de desviar la mirada de ese vacío.


Y si… otra vez, nos encontramos en la misma denuncia, en el mismo lugar: la ausencia de valores cristalizada como causa y factor.

Nos encontraremos muchas veces al menos desde estas líneas concluyendo en el mismo punto, por lo cual no intento abordarlo en esta oportunidad. Pero si es mi intención abrir un espacio de reflexión, que cada quien desde su rol, puesto o función medite en que colabora para construir una alternativa y no simplemente resignarse a que las futuras generaciones sean lo que "puedan" ser y la nada no sea una de esas alternativas.

martes, 13 de octubre de 2009

Cuestión de Tiempo



¿Qué es el envejecer? ¿Será un castigo o un premio? En esta nota,
inten­taremos abordar el tema del envejecimiento, pero ya les anticipo una
posible respuesta a la pregunta inicial: No es ni premio ni castigo, es sólo una
consecuencia.

Es que al pa­sar los años en cada una de nuestras eta­pas evolutivas se nos da algo y se nos quita algo. A la volunta­riosa frase de "todo tiempo pasado fue mejor" se le escapa recordar las verdaderas frustraciones y momentos malos que pasamos en cada etapa.


SABER CRECER
Siempre, estamos en la vida crecien­do o desarrollándonos y ambos no son sinónimos sino aspectos madurativos que con suerte diversa se alternan en cada uno.
Dado que el crecimiento como mero envejecimiento de células viene inexo­rablemente, pero la posibilidad de desa­rrollarnos será una opción de que hace­mos para acompañar ese crecimiento.


En cada momento de la vida, lo que dejamos de hacer que debiéramos haber hecho, va ha ser recordado por nuestro cuerpo o nuestra mente. Llevar una buena vida o no poder llevarla, una dieta equilibrada o un ataque gástrico permanente, el poder cuidarse en todo aspecto o el pensar que... "y bue... de algo hay que morir"... para todos los casos (y acá no crean que implica el poseer un buen nivel econó­mico o no, dado que, por ejemplo, no fumar, no comer en exceso o hacer algún tipo de deporte, no es privativo de una clase social determinada).


Por eso la vejez, es una consecuen­cia. Obviamente que sin considerar acci­dentes o situaciones que sobrevengan justo en ese momento, ni tan poco dejar de lado que vivimos en una sociedad que no respeta a los viejos, y que en vez de acompañarlos les hace sentir que están solos y que no sirven para nada. Por suer­te vemos algunos espacios en donde la vejez es un canto a la vida (clubes de jubi­lados, espacios de servicios, voluntaria-, dos, etc.) que nos dan ejemplos de espe­ranza a todos.
Así, en términos generales vemos que envejecer no es más que la conse­cuencia de como llevamos adelante nues­tra vida, que hicimos, que hacemos y que dejamos de hacer. La madurez de cada etapa de nuestra vida viene con la posibi­lidad de haber aceptado los cambios, las ventajas (que las hay) y las limitaciones que vienen (que no son pocas)

El saber envejecer, por lo pronto es toda una virtud que se conquista a lo largo de la vida, pero puede mejorarse con una filosofía adecuada. Sino es sólo consolarse, lamentarse diariamente y reconocer con los años que uno no cam­bia... simplemente empeora.


UNA MIRADA SOBRE LA VEJEZ
Para terminar traigo una parte de un cuento de Paulo Coelho, que bien sirve para reflexionar:
Ana Cintra cuenta que su hijo peque­ño -con la curiosidad de quien oyó una palabra nueva pero no entendió su signi­ficado- le preguntó:


- "Mamá, ¿qué es la vejez?"
En una fracción de segundo antes de responder, Ana hizo un verdadero viaje al pasado. Se acordó de los momentos de lucha, de las dificultades, de las decep­ciones. Sintió todo el peso de la edad y de la responsabilidad sobre sus hombros.
Se volvió para mirar al hijo, que -sonriendo- esperaba su respuesta.
-"Mira mi rostro, hijo," dijo ella. "Es­to es la vejez."
Me imagino al jovencito mirando sus arrugas y la tristeza en sus ojos.
Cuál no fue su sorpresa cuando, des­pués de algunos instantes, el niño le dijo:
-"¡Mamá! ¡Qué bonita es la vejez!".